Mi catarsis en una conquista de una cumbre.


Encuentro mágico, desafiante y tentador alcanzar una cumbre. He logrado hacer algunas largas caminatas que demandan esfuerzo y voluntad, pero que son compensadas con experiencias maravillosas, naturaleza rebosante y unas vistas de ensueño. 

En ésta última, el ascenso y descenso al Volcán Barú, me dispuse a prestar atención a mi mente y a mi cuerpo mientras hacía éste recorrido. Un día antes sentía lo que es normal: expectativa y emoción, un poco de nerviosismo por la temperatura que pudiese sentirse en la noche al acampar.

La noche anterior preparamos las mochilas con calma y concentración para llevar todo lo necesario. 
Llegado el día del ascenso, comenzando la caminata empieza a caer una lluvia suave pero afortunadamente teníamos ponchos. La lluvia no duró mucho, así que no fue un contratiempo. El guía decidió que al llegar acamparíamos dentro de un cuarto entre las antenas de la cumbre en lugar de carpas, porque al llover bajaría mucho la temperatura.

El asenso siempre ha sido lo más difícil para mí, pongo mucho esfuerzo físico y lidio con los pensamientos que intentan sabotear el cumplimiento de mi objetivo. Aunque trato concentrarme en la respiración, los latidos del corazón se aceleran tan intensamente que siento mi pulso en la carótida mientras se hace más difícil respirar, y entonces debo detenerme al menos 30 segundos y comenzar con un ritmo más suave. 

Ése día estaba bastante nublado, y esporádicamente caía el rocío de los arboles, así que llevamos el poncho en todo el ascenso que nos cubrió del agua y el viento frío. Fue mejor tener éste clima ascendiendo, porque el sol puede producir insolación y el cuerpo siente más frío en la noche. Cuando me detenía a recuperar la respiración aprovechaba de mirar los árboles y apreciar cualquier pajarito que estuviese por allí regalándonos su canto. No dejo de sorprenderme ante la naturaleza, me hace feliz rodearme de verdor, aunque sea en la ciudad.

Cuanto más cerca yo estaba del final de una pendiente bien cuesta arriba, más me emocionaba, y ésta emoción combinada con el esfuerzo físico producía acelerar mi corazón y acortar mis respiraciones aun más, lo que hacía que me cansara rápido. Debía concentrarme en decirme a mi misma "relájate" y "respira". Vale destacar que a mayor altura menos es el oxígeno que se adquiere, y es más fácil fatigarse; nuestra cumbre era de 3,475 mt. de altura.

También, algunas veces, llegaba a tener sentimientos de exasperación preguntándome "¿por qué estaba acá haciendo tal esfuerzo?" y ése pensamiento me hacía reflexionar, pero aveces simplemente me daba coraje cansarme tan rápido.

"No Pain, No Glory". Para alcanzar la meta uno se exige a si mismo, se reta, se usa el máximo esfuerzo físico y mental, que aveces ni sabemos que tenemos. Se siente como auto-flagelando el cuerpo y haciendo penitencia, sometiéndole a ése sacrificio que nos dará la liberación mental y espiritual...la catarsis. 

En un momento, ya pasada las 5 horas, sentía mucho cansancio cuando apareció en mi mente el pensamiento de abandonarme en mi cuerpo, como en las prácticas de danza: "abandonarse y estar en constante movimiento". Simplemente dejaba de tener pensamientos que luchaban contra mi ego y me resignaba a sentir cada dolor de mi cuerpo mientras seguía caminando.

 Llegábamos al final del camino justo al anochecer, sentía mil emociones mientras mi cuerpo desfallecía. Recuerdo sentir que me desmayaba y sólo quería tomar una ducha caliente y dormir en mi cama, pero también sentí regocijo por haber llegado y terminar tal aguante. Inmediatamente me alentó ver todas las luces de los pequeños poblados que brillaban esa noche, miles de luces amarillas sobre un lienzo negro...era muy bonito. 

Nos dispusimos a descansar, fue una pernocta incómoda, no pude dormir más de dos horas, sólo deseaba que empezara a amanecer para subir al punto más alto, "La Cruz", y ver los dos mares: Pacífico y Atlántico, llenarme de ése escenario que me haría  sentir que todo ése esfuerzo valió la pena...¡y vaya que lo valió!

Júbilo, alegría, satisfacción por la recompensa de apreciar todo ese mundo hasta donde alcancé ver desde tan alto, casi como si estuviese volando sobre montañas y mares. Un privilegio que algunos arriesgados tuvimos. Entonces me llené de paz y pensé: "El mundo que Dios dispuso para nosotros es inmenso y hermoso, no hay fronteras, solo Dios y yo..."







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